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El engaño de la “ira justa”, de la “santa indignación”

Sólo Jesucristo y los profetas tuvieron “ira justa“ o “santa indignación”. Ningún santo, apóstol ni la Virgen se atrevieron; porque para ejercer la ira sin pasarse hace falta ser Dios o estar directamente inspirado por él (los profetas).

Los que defienden su uso ponen como condición que, el que la va a ejercer, la considere “justa” y “moderada”. Condiciones ridículas, pues todos los que se airan creen tener la razón. Además, esa no es doctrina de Dios, aunque el que lo diga sea teólogo o el escrito tenga “nihil obstat”.

Resumen

Dar pie a la ira en nuestro corazón (mucho más en nuestras acciones) es como poner un pie en un tobogán totalmente resbaladizo. Dicen que Jesucristo de airó, pero ni los santos se atreven. ¿Vamos a atrevernos nosotros?

Nunca tenemos que mostrar ira, enfado, enojo, ni tampoco tenerlo interiormente (igual se peca de pensamiento que de obra). Ni siquiera sobre los que tenemos potestad y autoridad, pues no es necesario enfadarse para castigar y más duele el castigo al que lo impone que al que lo recibe. Ver discusión al final.

Para cumplir con nuestro deber no necesitamos enfadarnos.

Si estamos iniciando el camino espiritual nos toca trabajar mucho: mirando de amar a todos y reprimiendo los malos impulsos que queden.

Los más adelantados no tienen esos trabajos pero tienen otros, pues el Demonio no deja de tentarnos hasta que nos escapamos de sus manos (con la gracia de Dios), en la muerte.

Ojo: si alguien se aira contra nosotros y nos daña o insulta, si eso nos produce ira, queja o tristeza, estas cosas ¡son pecado nuestro! (y nuestro pecado también agrava el pecado del otro si el otro lo hizo con malicia, o imprudencia, sabiendo “nuestros puntos débiles”, sabiendo con probabilidad que íbamos a responder así). Aparte: nuestro pecado en ningún caso se justifica por el pecado del otro.

Cómo funcionamos / debemos funcionar

(Tipos de fuerzas, impulsos, “apetitos” dentro de nosotros)

Tenemos 2 fuentes de impulsos dentro de nosotros:

  1. Los "apetitos sensitivos", que provienen de nuestro cuerpo, de nuestra naturaleza animal.

  2. Los "apetitos intelectivos", que provienen de nuestra voluntad (iluminada por la razón y la fe), como p. ej.: “que haya más virtud”.

Dentro de la primera, hay dos subtipos de fuerzas o apetitos sensitivos: el “apetito concupiscible” y el “apetito irascible”.

El apetito concupiscible nos lleva hacia lo material deseable (y aleja de lo indeseable).

El apetito irascible nos lleva a oponernos a lo que va contra lo anterior.

Usamos el concupiscible para despejar un terreno en la selva, construir una casa y poner una valla para estar cómodos protegidos de la lluvia y las fieras.

Usamos el irascible para salir corriendo de la casa si está a punto de derrumbarse o para expulsar a un jabalí que se está comiendo las lechugas de nuestro huerto.

Ambos apetitos los podemos usar bien o mal. Al servicio de Dios o a nuestro servicio.

En el ejemplo anterior, usaríamos mal nuestro apetito concupiscible si hemos hecho la obra “para darnos un placer a nosotros” y no vamos a usarla “para servir a Dios”. Usaríamos mal nuestro apetito irascible si nos enfadáramos con el jabalí, y no le viéramos como una criatura que sigue sus instintos sin maldad hacia nosotros.

Si nos airamos con alguien es porque antes hemos dejado de amarlo y le vemos como un enemigo.

Si ya estamos avanzados en nuestro camino espiritual es raro que estas fuerzas se inicien sin quererlo nosotros y nos lleven a pecar, pues:

Si estamos principiantes, todos nuestros vicios, malos hábitos pasados, no desaparecen de la noche a la mañana (a veces, sí); y, a la menor circunstancia, permiten que nazcan en nosotros sentimientos de ira, de gula, etc., que hemos de reprimir con la voluntad. Y quizá no podemos y pecamos.

A los más santos es que ya “ni se les ocurre”.(Explicación del porqué al final) (A ellos el demonio ya no les tienta con esas cosas porque sabe que tiene la partida perdida; les tienta con cosas aparentemente buenas).

No es pecado cuando nos nace la ira, pero sí al consentirla, al dejarnos llevar por ella. Ojo con auto-engañarnos y decirnos “tengo enfado pero no estoy consintiendo, lo estoy dominando, estoy frenando que crezca” o mil historias parecidas. La planta del enfado no nace si no hay unas semillas y un terreno abonado, por ejemplo:

Evidentemente, nuestra ira (igual que todo lo malo que hacemos) es culpa nuestra. En el juicio final los pecados de los demás no aligeran nuestra balanza: “Le pegué porque me insultó”: a él le juzgarán por insultarte y a nosotros por pegarle.

La ira nace del orgullo (que es el origen de todos los pecados). Ver cómo nace la ira del orgullo en este otro artículo sobre el orgullo.

Corto plazo / largo plazo

Airándonos solemos conseguir imponernos a los demás, conseguir lo que queremos: “el que no llora, no mama”. A veces sólo es “quedarnos a gusto”: “No sirve para nada que proteste pero al menos me he quedado a gusto”. Pequeños triunfos a corto plazo a cambio de una condenación eterna. Hasta el cuerpo nos perjudicamos con los enfados (por las hormonas de agresividad que hacemos correr por ellos), y así se nos pone la cara.

La tentación del Demonio: la ira justa

En muchos sitios internet se dice que la ira puede ser justa:

Y citan que Jesucristo se enfadó justamente (y citan los versículos del Evangelio que están más abajo). A lo que hay que responder:

Esos sitios hasta citan enciclopedias católicas con “nihil obstat” explicando cuando la ira es justa (¡e incluso encomiable!): cuando el otro se merece nuestra ira, nuestra ira es proporcional al agravio, no está contra la ley y el motivo es justo.

Todo esto es pura mentira, puro mensaje del Demonio aunque tenga “nihil obstat”, porque:

Esos sitios dicen que no es pecado si “tomamos venganza por las ofensas según la recta razón y la ley”. Ese no es el mensaje de Jesucristo. El mensaje de Jesús es “ama a tus enemigos”, “pon la otra mejilla”,... es el mensaje del amor, no de “lo razonable y legal”, no del “ojo por ojo y diente por diente”.

Parece que Dios mandó el “ojo por ojo” a los judíos porque solían excederse en los castigos, y quizá condenaban a muerte a ladrones. Para frenar esos excesos Dios les dijo “(sólo) ojo por ojo”. Después de nuestra redención, por las mayores gracias que podemos recibir, Dios nos pide más: “ama a tus enemigos”.

Todos estos sitios de internet que acuden a esos argumentos son completamente ridículos pues todas las partes que se enfadan y pelean creen tener la razón. Estos sitios promueven la religión del Demonio, la New Age, donde cada uno hace de Dios juzgando (y condenando), a todos los demás.

Que “si el fin de la venganza es recto, la ira es buena”. Eso es defender que “el fin justifica los medios”, justo lo contrario a la enseñanza de Jesús, que es “el camino”, no “el final”.

Que “el sentimiento de la ira no es malo, sólo la conducta que dimana de él”. Eso es afirmar que los pensamientos no son pecado, cuando los mandamientos nos recuerdan lo contrario.

Estas webs demoníacas olvidan otra cita famosa sobre el tema: “Mas Yo os digo: todo aquel que se airare contra su hermano, será reo de juicio. El que le dijere alguna palabra de desprecio, será reo de concilio: y el que le llamare fatuo será reo del fuego del infierno”. Mateo 5, 22.

El Catecismo de Trento también abunda en la afirmación de que la ira siempre es pecado (excepto para el que tiene poder y jurisdicción sobre el otro). (Ver extracto en Citas).

Es posible

Las películas (engañadoras como siempre), el fútbol, nos quieren hacer creer que hay que enfadarse para luchar contra un enemigo. Pero no es verdad.

Es posible actuar muy violentamente, con un gran esfuerzo físico, por amor: el que derriba una puerta de una casa en llamas con alguien dentro.

Es posible sufrir mucho y sentir mucho amor a la vez: como el soldado que arrastra varios kilómetros a su compañero herido.

Es posible derribar las mesas de los banqueros con un corazón puro.

Testimonio recogido por un servidor del hermano del soldado: Una madre, al despedirse de su hijo que iba a la guerra en 1936 en España le dijo: “no odies al enemigo”. Se puede luchar en una guerra y no odiar a nadie. (Eran creyentes).

El arte que transmite verdad (no el que miente), también lo muestra, como este S. Jorge matando al dragón con un semblante perfectamente tranquilo (está en la capilla detrás del camarín de la Virgen de Montserrat).

san jorge en montserrat Fuente de la foto y ampliación en: flickr.com

Cumplir con nuestro deber y estar enfadados

Para lavar los platos, conducir el auto, trabajar, rezar,... no necesitamos estar enfadados. Ciertamente que hay gente que siempre está enfadado, ya sea lavando los platos como conduciendo o trabajando, también los hay que están bebidos todo el día y así lavan los platos , conducen y trabajan.

Justamente es al revés, todos sabemos, y lo saben los mejores arqueros, los mejores profesionales de cualquier actividad, saben que no es bueno para su trabajo estar alterados (por la ira, en este caso).

Dicen los defensores de la “ira justa” que S. Juan Crisóstomo dijo: “Quien con causa no se aíra, peca. Porque la paciencia irracional siembra vicios, fomenta la negligencia,...”. Habría que comprobar el contexto y el sentido con el que el santo dice esto. Con sólo esas palabras podríamos calificar de “paciencia irracional” la paciencia de Jesús con sus asesinos. Y Jesús es nuestro modelo. ¿Un padre necesita airarse para castigar a su hijo? No. Y más le duele al padre el bofetón a su hijo que al hijo.

Citas

Evangelio

Conviene consultar la Biblia más antigua, pues el misterio de iniquidad actúa desde hace mucho y cómo no, en cada traducción. (Textos de la Vulgata de Scio, con comentarios de los santos padres incluidos en ella señalados con asterisco).

Y les dice: “¿Es lícito en día de sábado hacer bien o mal? ¿salvar la vida o quitarla?” Mas ellos callaban. Y mirándolos alrededor con indignación, condolido de la ceguedad(*) de su corazón, dice al hombre: “Extiende tu mano”. Y la extendió y le fue restablecida la mano. (Marcos 3, 4-6)

(*) El griego: ...... La palabra ... significa callo o dureza; y esta es, la que excitó la conmiseración del Señor. En esta ocasión nos enseñó cómo hemos de aborrecer lo malo en los hombres, mirando al mismo tiempo con caridad y misericordia a los mismos hombres en quienes se hallan los vicios. Y en este sentido se ha de entender aquel versículo de David, en el Salmo CXVIII. 113. Aborrecí a los malos. El celo de la gloria de Dios y el amor a su santa ley no nos permite aprobar lo malo de ningún modo: mas la caridad, que es la basa de la misma ley, nos prohíbe aborrecer a nuestro hermano, aunque sea malo y pecador.

(La versión latina dice: “Et circumspiciens cum ira, contristatus super caecitate cordis eorum, dicit homini:...”)

Y halló en el templo vendiendo bueyes , y ovejas, y palomas, y a los cambistas sentados. Y haciendo de cuerdas como un azote, los echó a todos del templo, y las ovejas, y los bueyes, y arrojó por tierra el dinero de los cambistas, y derribó las mesas. Y dijo a los que vendían las palomas: Quitad esto de aquí, y la casa de mi Padre no la hagáis casa de tráfico. (Juan, 2,14-16)

Y entró Jesús en el templo de Dios, y echaba fuera todos los que vendían y compraban en el templo, y trastornó las mesas de los banqueros, y las sillas de los que vendían palomas(*). (Mateo XXI, 12-13)

(*) Para las ofrendas de la gente pobre. Levit. V, 7.11. Luc. II. 24.

(Parece que tuvo especial delicadeza con los vendedores de palomas, pues no las soltó y en Juan tampoco les echó, como hizo con los de las ovejas y bueyes. Quizá porque eran para los pobres).

Y le presentaban unos niños para que los tocase.(*) Mas los discípulos reñían a los que los presentaban. Y cuando los vió Jesús, lo llevó muy a mal, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo estorbéis: porque de los tales es el reino de Dios. (Mc 10,13-14).

(*) Para que pusiese sobre ellos las manos, y los bendijese. V. 16. Esta bendición del Señor daba la gracia a los niños, de que son capaces aun antes del uso de razón.

(La versión latina dice: “Quos cum videret Jesus, indignè tulit, et ait illis:...”)

Cualquiera que aborrece a su hermano, es homicida. Y sabéis que ningún homicida(*) tiene vida eterna que permanezca en sí mismo(**). (I S. Juan 3, 15)

(*) El que aborrece de corazón a su hermano, es ya homicida en su ánimo; porque la disposición, que tiene interiormente, es de quitarle la vida. S. Gerónimo

(**) Porque si Dios mandaba, que el homicida fuese exterminado de su pueblo; mucho menos podrá tener lugar en la ciudad de los Bienaventurados. en la que sólo puede caber la inocencia.

Catecismo de Trento

ni airarse es lícito a ninguno, según nos enseña el Evangelio, en donde dice el Señor: “Mas Yo os digo: todo aquel que se airare contra su hermano, será reo de juicio. El que le dijere alguna palabra de desprecio, será reo de concilio: y el que le llamare fatuo será reo del fuego del infierno”. Mateo 5, 22.

XII. Cómo puede uno pecar o no pecar airándose.

875. Por estas palabras se ve con claridad que no carece de culpa el que se indigna contra su prójimo, aunque retenga la ira oculta en su pecho. Que peca gravemente el que de esta ira diere algunas señales, y mucho más gravemente el que se atreve a tratarle con aspereza, y hacerle injuria. Esto es verdad, si no hay causa ninguna de airarse. La causa de la ira concedida por Dios (1259) y por las leyes, es cuando castigamos a los que están sujetos a nuestra jurisdicción y potestad, si hubiere culpa en ellos. Porque la ira del cristiano no debe proceder de los ímpetus de la carne, sino del Espíritu Santo. Pues debemos ser templos (1260) de este divino espíritu, donde habite Jesucristo (1261).”

(1259) ―Enojaos, y no queráis pecar. Psalm. IV, 5. Si os enojáis, no queráis pecar: no sea que se os ponga el sol estando todavía airados. Ephes. IV, 26.(**)

(1260) ―¿Por ventura no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros, el cual habéis recibido de Dios y que ya no sois de vosotros, puesto que fuisteis comprados a gran precio? Glorificad, pues, a Dios, y llevadle siempre en vuestro cuerpo‖. I, Corint. VI, 19-20.

(1261) ―Cristo habite por la fe en vuestros corazones: estando arraigados y cimentados en caridad, a fin de que podáis comprender con todos los santos, cuál sea la anchura, y longura, y la alteza y profundidad de este misterio. Ephes. III, 17. Catecismo de Trento. Capítulo sobre el 5º Mandamiento.

(**) La Vulgata de Scio dice [Entre corchetes los comentarios de los santos padres]: “Airaos, y no pequéis[1]: El sol no se ponga sobre vuestra ira[2].

[1] Si os sorprende algún movimiento de ira, no os dejéis arrebatar de su furor y ceguedad; reprimidla, y no ejecutéis jamás lo que os inspire.

[2] Psalm. IV. 5. Quiere decir: No deis lugar a que la ira haga asiento en vuestro corazón; porque en este caso degenerará en odio o rencor, y el demonio tendrá entrada en vosotros viendo que habéis desterrado de vuestra alma la caridad.”

La imitación de Cristo (Kempis)

“De la verdadera contrición y humildad de corazón (...) se defiende el hombre de la ira venidera, y se juntan en santa paz Dios y el alma contrita.” Cap LII, 3

“Llora y duélete de que aún eres tan carnal y mundano, tan poco mortificado en las pasiones, tan lleno de movimientos de concupiscencia; (...) Tan prontamente conmovido a la ira, tan fácil para disgustar a los demás; Tan propenso a juzgar, tan riguroso en reprender;” Cap VII, 2

“Aparta, Señor, de nuestros corazones toda mala sospecha, toda ira, indignación y contienda, y cuanto pueda estorbar la caridad, y disminuir el amor del prójimo.” Cap IX, 6 (texto completo aquí)

El combate espiritual (Scupoli)

“Tenemos que hacer actos contrarios a los que las pasiones y malas inclinaciones nos proponen. Así por ejemplo, si la ira quiere invitarnos a la venganza, debemos rezar por el bien de la persona que nos ofendió.”

“Si deseamos adquirir la buena costumbre de tener paciencia, cuando alguien hace o dice lo que nos impacienta, nos llena de mal genio y de ira, es necesario amar, aceptar ese mal trato y hasta desear que ese trato duro nos lo vuelvan a dar, para así tener ocasión de ejercitar la paciencia. Y esto por una razón: porque no podremos perfeccionarnos y ejercitarnos en una virtud sin hacer actos que sean contrarios al vicio que deseamos corregir.”

"Quien no se mortifica en lo lícito, tampoco se mortificará en lo ilícito". Se llama lícito lo que es permitido, lo que se puede hacer o decir sin cometer pecado. Hay que distinguir entre lo que es simplemente lícito y lo que es necesario. Lo necesario hay que hacerlo y decirlo siempre. Pero lo que es solamente lícito, no es necesario, si se deja de hacer o decir, producirá grandes bienes espirituales porque la persona se va acostumbrando más fácilmente a dominarse a sí misma, y cuando le lleguen los atractivos de las pasiones y de los malos instintos ya tiene fuerza de voluntad y podrá salir vencedora de muchas tentaciones. Cuántos y cuántas hay, que dejaron de decir una viveza que se les ocurrió, y la callaron por mortificación. Y después cuando en un momento de ira les vino el deseo de decir unas palabras ofensivas, ya no las dijeron, porque se habían ejercitado en callar lo que deseaban decir.” (Cap. 13) (extractos citados aquí)

Suma teológica (S. Tomás)

“el fuerte utiliza para su acto la ira moderada, no la inmoderada.”

“La ira moderada por la razón está sometida a su imperio. Por tanto, el hombre puede usar de ella libremente, pero no podría si fuese inmoderada. (...) al tener la fortaleza dos actos, resistir y atacar, no usa la ira para resistir —esto lo hace la razón por sí sola—, sino para atacar. En esto utiliza la ira con preferencia a otras pasiones, porque es propio de la ira revolverse contra lo que causa tristeza, y así colabora directamente con la fortaleza en el acto de atacar. La tristeza, en cambio, por su propia razón, sucumbe a lo que causa daño, aunque accidentalmente ayuda a atacar; bien sea en cuanto que la tristeza es causa de la ira, como dijimos (I-II q.47 a.3), bien en cuanto que uno se expone al peligro para huir de la tristeza. Igualmente la concupiscencia, según su propia razón, tiende al bien deleitable, al cual repugna de suyo el acometer los peligros, pero accidentalmente ayuda a veces a atacar, en cuanto que uno prefiere incurrir en los peligros a estar privado del placer. Es por lo que dice el Filósofo en III Ethic. 54 que entre las clases de fortaleza que nacen de la pasión parece ser la más natural la que obra por medio de la ira: la cual, si es deliberada y se ordena a un fin bueno, llega a hacer verdadera la fortaleza. (Suma II-II b,q.123, a.10)

(Comentario: S. Tomás escribió tratados de teología (para ser estudiados por curas o teólogos con el objeto de que conozcan y dominen los conceptos), no escribió catecismos o libros de moral para el vulgo -nosotros-, que por nuestra falta de preparación podemos sufrir accidentes si nos ponemos a hacer experimentos con sustancias altamente peligrosas. Para nosotros tenemos mejor el Kempis, o El combate espiritual, acabados de citar).

Manuscrito del Purgatorio (Sor María de la Cruz)

No hay que enfadarse nunca, ni exterior ni interiormente. Haga lo que pueda para evitar toda contrariedad. Si, a pesar de ello, ocurre que por torpeza o malicia no se hace lo que se debería, manténgase en calma. Una vez cometida la falta, ¿para qué contrariarse si no hay remedio? Serán casi dos faltas por una.

Tratado del amor de Dios (S. Francisco de Sales)

La ira es un siervo que, por ser fuerte, animoso y muy emprendedor, realiza mucha labor; pero es tan ardiente, tan inquieto, tan irreflexivo e impetuoso, que no hace ningún bien sin que, ordinariamente, cause, al mismo tiempo, muchos males.

El amor propio nos engaña con frecuencia y nos alucina, poniendo en juego sus propias pasiones bajo el nombre de celo. (...) Pero hay personas que creen que es imposible tener mucho celo sin montar fuertemente en cólera, y que nada se puede arreglar sin echarlo a perder todo; siendo así que, por el contrario, el verdadero celo nunca se sirve de la cólera; porque, así como el hierro y el fuego no se aplican a los enfermos, sino cuando no queda otro recurso, de la misma manera el santo celo no echa mano de la cólera sino en los casos de necesidad extrema.

XIII Que el ejemplo de muchos santos, los cuales, según parece, ejercitaron el celo con cólera, en nada contradice lo dicho en el capítulo precedente

Un día en que nuestro Señor pasaba por Samaria, envió a buscar alojamiento en una ciudad; pero sus habitantes, al saber que nuestro Señor era judío de nación y que iba a Jerusalén, no quisieron admitirle. Viendo esto sus discípulos, Santiago y Juan, dijeron: ¿Quieres que mandemos que llueva fuego de cielo y los devore? Pero Jesús, vuelto a ellos, les respondió, diciendo: No sabéis a qué espíritu pertenecéis. El Hijo del hombre no ha venido para perder hombres, sino para salvarlos .

Santiago y Juan, que querían imitar a Elías, haciendo caer fuego del cielo sobre los hombres, fueron reprendidos por nuestro Señor, el cual les dio a entender que su espíritu y su celo eran dulces, mansos y bondadosos, y que no empleaba la indignación y la cólera sino muy raras veces, cuando no había esperanza de poder sacar provecho de otra manera.

Santo Tomás, aquel gran astro de la Teología, estaba enfermo de la enfermedad de que murió, en el monasterio de Fosanova, de la orden del Císter, cuando he aquí que los religiosos le pidieron que les hiciese una breve exposición del sagrado Cantar de los Cantares, a imitación de San Bernardo.

Respondióles el Santo: Mis queridos padres, dadme el espíritu de San Bernardo e interpretaré este divino cántico como San Bernardo. Asimismo, si a nosotros, pobres cristianos, miserables, imperfectos y débiles, nos dicen: Ayudaos de la ira y de la indignación en vuestro celo, como Fineés, Elias, Matatías, San Pedro y San Pablo, hemos de responder: Dadnos el espíritu de perfección y de puro celo, juntamente con la luz interior de estos grandes santos, y nos llenaremos de ira como ellos. No es patrimonio de todos saber encolerizarse cuando conviene y como conviene.

Estos grandes santos estaban directamente inspirados por Dios, y, por lo tanto, podían sin peligro, echar mano de la cólera; porque el mismo espíritu que provocaba en ellos estas explosiones, sostenía las riendas de su justo enojo, para que no fuera más allá de los límites que de antemano le había señalado. Una ira que está inspirada o excitada por el Espíritu Santo, no es ya la ira del hombre, y es precisamente la ira del hombre la que hay que evitar, pues, como dice el glorioso Santiago, no obra la justicia de Dios . Y, de hecho, cuando estos grandes siervos de Dios se servían de la cólera, lo hacían en ocasiones tan solemnes y por crímenes tan atroces, que no corrían ningún peligro de que la pena excediese a la culpa.

Ciertamente, ninguno de nosotros es San Pablo para saber hacer las cosas a propósito. Pero los espíritus agrios, mal humorados, presuntuosos y maldicientes, al dejarse llevar de sus inclinaciones, de su humor, de sus aversiones y de su jactancia, quieren cubrir su injusticia con la capa del celo, y cada uno, bajo el nombre de fuego sagrado, se deja abrasar por sus propias pasiones. El verdadero celo es hijo de la caridad, porque es el ardor de la misma; por esta causa, es, como ella, paciente y benigno, sin turbación, sin altercado, sin odio, sin envidia, y se regocija en la verdad (Libro X).

Cita de Práctica del amor a Jesucristo, cap. XII

En este documento.

Otro artículo en otra web: "Debemos pelear o no"

Descartando la ira, reflexiones ante un posible litigio.

Porqué a los avanzados no sufren tantas tentaciones

“después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su comparación me pareciese bien, ni me ocupase [el corazón y la memoria]; que con poner un poco los ojos de la consideración en la imagen [de Jesús] que tengo en mi alma, he quedado con tanta libertad en esto que después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación de las excelencias y gracias que en este Señor veía” (Vida 37,4) Sta. Teresa de Jesús.

S. Tomás nos explica el fundamento teórico, diciéndonos que los “apetitos concupiscible” e “irascible” se ponen en marcha pasivamente al percibir algo apetecible (o lo contrario). (“La potencia apetitiva es una potencia pasiva que, por naturaleza, es movida por lo aprehendido” Suma q.80, a.2s). Si, como S. Teresa, tenemos puestos los ojos, el gusto, el entendimiento, en Dios, ¿qué plato sabroso nos va a despertar el apetito concupiscible y nos va a llevar a la gula? ¿Qué novela nos va a apasionar si estamos inundados de la contemplación de las maravillas del Señor?

Ni sobre los que tenemos potestad y autoridad

Sólo el Catecismo de Trento, en la cita señalada, justifica la ira para castigar a los que tenemos jurisdicción sobre ellos (hijos, subalternos,...). En opinión de un servidor, no podemos regir nuestro comportamiento sólo por una frase (aunque sea del Catecismo de Trento), pues el sentido que percibimos quizá es diferente del que tuvieron los que lo escribieron, y va en contra de lo que nos recomiendan los otros santos citados. Además de que aceptar un caso de ira justa es abrir una puerta por la que muy probablemente se colarán todos nuestros pecados.

Como decíamos en el apartado anterior “Es posible”, no es necesaria la ira para nada, tampoco para castigar. Y cuando castigamos, si amamos al prójimo (sea hijo o subalterno), más nos duele a nosotros que a él. Y el castigo (sobre quien tenemos autoridad) es un deber nuestro, pues tenemos responsabilidad sobre sus almas y debemos corregir y castigar sus errores.

Cómo quizá llegamos a airarnos mal

Leemos la Biblia y vemos cómo Jesús y los apóstoles usan la violencia física para restablecer la justicia (entre los vendedores del templo),... y nosotros, que queremos conformarnos a Él, tratamos de imitarle y lo hacemos mal. Copiamos algunas de sus obras externas sin darnos cuenta que eso es lo último que tenemos que copiar, que antes tenemos que copiar cosas mucho más importantes (las interiores, que dirigen a las externas). Igual que cuando nos compramos un auto igual que el que tiene un empresario famoso para asemejarnos a él. Pero no es el auto el que le hace gran empresario sino al revés: por tener que atender muchas obligaciones distantes unas de otras él necesita ese auto. A nosotros nos falta mucho para asemejarnos completamente a Jesucristo, los profetas y los santos y poder hacer justamente algunas de sus obras.

Modelo de un santo airándose

En esta página. Vean en qué circunstancias y cómo S. Francisco de Asís acabó “dulcemente enojado y molesto sin impacientarse”.

Menos pedir a Dios fuerza para sobrellevar con paciencia los defectos de los demás y más cumplir con nuestro deber de amarles.

Ira: ni con nosotros mismos. Pesar sí, dolor de corazón, pero no ira.

Incluso enfados breves

Los enfados breves, por pequeños contratiempos o males cotidianos, son, para el orgulloso, motivo para empezar a insultar a los demás, a Dios o a sí mismo.

"El que se pica, ajos come"

Siempre que nos sentimos ofendidos o nos irritamos o algo o alguien nos hace enfadar, es porque "toca" algún tema delicado dentro de nosotros. Por ejemplo:


Benditos médicos del seguro (en España) que recetan esto.

En España se puede comprar agua de mar en casi cualquier dietética (por ejemplo, esta), en farmacias (más cara), y en algunos supermercados como éste.

O en esta panadería ecológica que hace el pan con agua de mar y también la vende.

Rezar el Rosario (mejor en latín) es el último y único recurso que nos queda.

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