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Odiar es bueno, odiar a alguien, no

Odiar es una de nuestras facultades (de lo que S. Tomás llama el "apetito irascible"). (Ojo, mostrar la ira siempre es pecado). Y por ello es perfectamente saludable y conveniente odiar lo malo, feo, mentira, pecado; pero ello no debe llevarnos a odiar a los que las hacen, permiten, enseñan, etc.

Odiar a otra persona es faltar al onceavo mandamiento: "Amáos los unos a los otros como Yo os he amado", lo cual incluye amar a nuestros enemigos (amar que no quiere decir siempre invitar a comer, sino a veces meter en prisión para evitar que siga robando, matando, etc.).

Como dijo una madre a su hijo que partía para la guerra de 1936 en España: "No odies al enemigo".

Al Demonio le interesa que no sepamos el sentido correcto de las palabras, cambiarles el sentido, para que así no podamos entendernos nosotros ni a los demás (ni los libros) (que era el mismo objetivo que la Neolengua en la famosísima novela 1984 de Orwell). Y la R.A.E. parece que siga sus instrucciones, pues hacen lo dicho:

Con ello consiguen que la gente crea que no odia a los demás (porque no les desea un mal), pero realmente sí lo haga, según el sentido antiguo, con el que fue traducida la Biblia. Como el Demonio no puede cambiar lo que está escrito, cambia el sentido a las palabras. Es decir, odiamos más de lo que nos creemos, porque no es necesario desear el mal ajeno para odiarle.

Podemos odiar y amar a la misma persona (no en el mismo instante. Le amamos cuando nuestra voluntad domina nuestros actos y le odiamos cuando dejamos que nuestro demonio odio nos dirija. Más adelante explicamos cuándo ocurre esto).

Odiar no es lo mismo que malevolencia

Una cosa es odiar (considerar como malo lo que lo es) y otra la malevolencia, la maldad, desear un daño a otra persona. Si odiamos a alguien (pecado) y añadimos el deseo de que sufra un mal, pecamos doblemente.

"No siempre odiar es pecado. La doctrina católica enseña que el odio al prójimo es un pecado opuesto directamente a la caridad fraterna y este odio se llama “odio de enemistad” y es siempre pecado mortal. Sin embargo, el llamado “odio de abominación” que recae sobre el prójimo en cuanto que es pecador, perseguidor de la Iglesia o por el mal que nos causa injustamente (cuidado porque por aquí podemos descarriarnos) a nosotros, puede ser recto y legítimo si se detesta, no la persona misma del prójimo, sino lo que hay de malo en ella; pero, si se odia por lo que hay en ella de bueno o por el mal que nos causa justamente (cuidado porque por aquí podemos descarriarnos) a nosotros (v.gr., si se odia al juez que castiga legítimamente al delincuente), se opone a la caridad, y es pecado de suyo grave, a no ser por parvedad de materia o imperfección del acto. No hay pecado alguno en desearle al prójimo algún mal físico, pero bajo la razón de bien moral (v.gr. una enfermedad para que (cuidado porque por aquí podemos descarriarnos) se arrepienta de su mala vida). Tampoco sería pecado alegrarse de la muerte del prójimo que sembraba errores o herejías, perseguía a la Iglesia, etc., con tal que este gozo no redunde en odio hacia la persona misma que causaba aquel mal. La razón es porque odiar lo que de suyo es odiable no es ningún pecado, sino de todo obligatorio cuando se odia según el recto orden de la razón (cuidado porque por aquí podemos descarriarnos, con nuestro mal razonamiento teñido por nuestros pecados) y con el modo y finalidad debida. Sin embargo, hay que estar muy alerta para no pasar del odio de legítima abominación de lo malo al odio de enemistad hacia la persona culpable, lo cual jamás es lícito aunque se trate de un gran pecador, ya que está a tiempo todavía de arrepentirse y salvarse. Solamente los demonios y condenados del infierno se han hecho definitivamente indignos de todo acto de caridad en cualquiera de sus manifestaciones." Teología de la caridad. p 561,562. Royo Marín.

Profundizando la comprensión de lo que es el odio

Según la clasificación de "pasiones" de Santo Tomás, el odio es lo contrario del aprecio. Es un desprecio, es un olvidar lo esencial (más valioso) del otro (que es un alma que puede alcanzar la salvación, alma por cuya salvación murió Jesucristo).

El olvido, en las cosas invisibles, espirituales, del alma, es el equivalente a la muerte en las cosas materiales.

Este olvido está provocado porque uno de nuestros demonios particulares hace que uno de los aspectos del otro acapare toda nuestra atención. (Uno o varios aspectos, que consideramos negativos, ya sea por razones ciertas -"me robó 1000 pesos"- o prejuicios -"todos los que visten de tal color son malos").

Es decir, el odio es una percepción errónea. Que nos lleva a varias cosas: la primera, una valoración incorrecta del otro, pero hay más consecuencias a que nos puede llevar, que podemos usar como señales y a continuación se detallan.

Consecuencias

Ya hemos hablado de la malevolencia, pero hay más:

Creo que no suele producirnos pesar, tristeza, que creo suelen estar producidos por lo contrario, por empatía con el otro, por "ponernos en el lugar del otro" y su penoso estado, y porque el pesar nos lleva justo a lo contrario del odio, a ayudarle en cuanto surge ocasión.

Posibles señales de odio

Aparte de las citadas antes, consecuencia del odio, el libro citado antes (p.389) nos recuerda que:

Cuando miramos a los ojos a otra persona, nos estamos reconociendo como tales, aceptando la comunicación e iniciándola, porque por la mirada decimos mucho. El demonio, al fomentar las aglomeraciones urbanas y la desconfianza, una de las cosas que consigue es facilitar el odio, porque en las aglomeraciones urbanas, el cruzarnos con tanta gente cada día, hace imposible que miremos a todos como lo que son (mirándoles a los ojos), y nos fuerce a empezar a separarlos entre "los que me interesan" y "los que no". En un pueblo, donde todos se conocen, todos son "alguien" para todos los demás, todos miran a los demás a los ojos. En una ciudad, donde nadie conoce a nadie por la calle en todo el día, es más fácil caer en la desconsideración.

Aunque las demostraciones de aprecio pueden ser hipócritas, son señales de odio las contrarias: de desconsideración hacia los demás, hacia las consecuencias de nuestros actos sobre ellos.

Ocasiones a aprovechar

Todos nos controlamos más o menos. Podemos controlarnos:

  1. como ejercicio de nuestras virtudes,

  2. o también por estar bajo el dominio de nuestro demonio orgullo, que nos frena de hacer ciertas cosas en ciertos momentos.

Pero hay momentos en que puede faltar ese control:

  1. tenemos nuestras virtudes intactas pero estamos en una situación corporal límite (agotados, enfermos, moribundos, amenazados por un peligro inminente), o inconscientes (borrachos, durmiendo), o la situación exige una respuesta rápida,...

  2. nuestro demonio orgullo está intacto pero momentáneamente estamos bajo el dominio de otro de nuestros demonios (la ira, la gula, la pereza,...), que tienen intereses diferentes al orgullo.

Entonces, por esa falta de control, sale al exterior lo que llevamos dentro. Son ocasiones preciosas para ser más conscientes de nuestros pecados.

En estos momentos de descontrol no sólo puede salir odio pecaminoso, sino cualquier otro pecado.

Leyes anti-odio

Los que mandan, al servicio del Demonio (que nos odia y desea nuestro mal), intentan que dejemos de usar nuestras facultades, para que seamos "medio-hombres" y así nos alejemos de nuestra salvación.

Porque lo que no usamos se atrofia: si después de rompernos una pierna, en vez de hacer rehabilitación, usamos una silla de ruedas, pues acabaremos con unas piernas inservibles.

Y para ello dictan leyes anti-odio, montan asociaciones anti-odio, etc. Lo dicho: nos conviene odiar lo malo, pero nunca a las personas.


Benditos médicos del seguro (en España) que recetan esto.

En España se puede comprar agua de mar en casi cualquier dietética (por ejemplo, esta), en farmacias (más cara), y en algunos supermercados como éste.

O en esta panadería ecológica que hace el pan con agua de mar y también la vende.

Rezar el Rosario (mejor en latín) es el último y único recurso que nos queda.
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